Por qué debes desconectar tras el trabajo: una psicóloga explica el poder de dedicarte tiempo
Ya sea salir con amigos o estar en el sofá de casa, atender las necesidades de nuestro cuerpo y mente nos ahorrará mucho estrés y ansiedad
Walter Riso, psicólogo: «El aplauso interno debe ser más fuerte que el externo, pero el autoelogio molesta»

Vivimos corriendo de una tarea a otra, conectados a mil estímulos, como si bajar el ritmo fuera un lujo imposible. Cuando crees que tienes una tarde tranquila, surge un plan al que no sabes decir que no, o tienes la casa tan desatendida que ... prefieres priorizar esas tareas antes que dormir una siesta, hacer deporte, leer un libro o simplemente tumbarte en el sofá y aburrirte.
Muchas personas hoy en día viven con niveles altos de estrés debido a diversas razones, como el trabajo, las responsabilidades diarias y las expectativas sociales. Este ritmo tan acelerado incide en la imposibilidad, muchas veces, de encontrar tiempo para relajarse y cuidar de uno mismo. Reconocer el estrés y buscar maneras de manejarlo es ya un gran paso pasa salir del bucle que te impide estar pendiente de ti mismo, atendiendo tus necesidades.
Nos hemos olvidado de parar
¿Hace cuánto no te permites no hacer absolutamente nada sin sentir culpa? Porque ese es otro tema... Se puede no hacer nada pero muchas personas sienten culpabilidad por no estar aprovechando ese tiempo. Es decir, hemos aprendido con el paso del tiempo que si no hacemos nada es tiempo perdido.
Sin embargo, los italianos tienen un dicho sabio: 'dolce far niente', que significa literalmente «lo dulce de no hacer nada». Este concepto celebra el placer de parar y simplemente ser.
Resulta irónico que algo tan natural como descansar se haya vuelto difícil. Tal como recuerda Beatriz Gil Bóveda, psicóloga experta en autoestima y ceo de Psique Cambio, «la sociedad actual prima la hiperproductividad: siempre activos, siempre disponibles. Nos han enseñado que el tiempo es oro solo si estamos haciendo algo útil. ¿El resultado? Cuando por fin tenemos un respiro, aparece la culpa. ¿Quién no ha respondido 'nada, solo descansé' a la pregunta de '¿qué hiciste el fin de semana?' sintiéndose un poco mal? Esta cultura del no parar ha convertido el descanso en un pecado moderno. Asociamos descansar con ser vagos, y creemos que parar es «perder el tiempo» mientras otros avanzan».
Sin embargo, nuestro cuerpo y mente necesitan pausas o, en su defecto, muestras de que tomamos decisiones pensando en nuestro bienestar. Igual que un atleta incorpora días de recuperación, en el día a día necesitamos momentos de parar para recargarnos. En un mundo hiperconectado y acelerado, practicar el 'dolce far niente' funciona como un refugio de serenidad. «Disfrutar de no hacer nada es un arte que nos permite conectar con nosotros mismos y con el momento presente», explica la experta. Paradójicamente, al detenernos un instante ganamos calidad de vida: dejamos de sobrevivir en piloto automático y volvemos a sentir el aquí y ahora. Reaprender a descansar es, en el fondo, reaprender a vivir.
Por qué no hacer nada
No es solo una idea romántica; la ciencia respalda el valor de estas pausas. Estudios muestran que eliminar distracciones y dejar que la mente divague -ese soñar despierto que ocurre cuando no hacemos nada- mejora la salud mental, la productividad y la creatividad. Lejos de ser tiempo perdido, esos momentos de desconexión desencadenan una cadena de beneficios continuos: creatividad, equilibrio emocional, e incluso empatía. Beatriz Gil Bóveda comparte algunos de sus efectos positivos:
- Más creatividad e ideas frescas: cuando permitimos que la mente descanse, entramos en modo divagación y a menudo surgen ideas nuevas. La inspiración fluye de manera natural, encontrando soluciones que no aparecen bajo presión. «Grandes ideas (se dice que incluso la teoría de la gravedad de Newton) nacen en momentos de contemplación relajada, no de actividad frenética», recalca la experta.
- Mejor concentración y rendimiento: puede sonar paradójico, pero hacer nada un rato nos ayuda a hacer mejor después. Tal como garantiza la psicóloga, las pausas regulares recargan la atención; al volver a la tarea, estás más enfocado y rindes más.
- Mejora el ánimo y reduce el estrés: darle un respiro a tu cerebro ayuda a regular las emociones. «Un descanso mental actúa como reset: disminuye la sobrecarga y la ansiedad, y con ello mejora el humor. Todos conocemos esa sensación de agobio que se alivia tras unos minutos de desconexión: es tu sistema nervioso saliendo del modo «lucha o huye» y entrando en calma. A largo plazo, esta regulación del estrés protege la salud mental e incluso la física, reduciendo riesgos asociados al estrés crónico», dice.
- Bienestar físico: el cuerpo también agradece que pares. Estudios médicos han vinculado los descansos periódicos con menor riesgo de problemas cardiovasculares y metabólicos: se observó que hacer pausas para moverse o simplemente relajarse reduce la probabilidad de enfermedad cardíaca, diabetes tipo 2 y otros trastornos relacionados con el estrés. Además, practicar estados de relajación profunda de forma regular (como en la meditación o simplemente no haciendo nada durante un rato cada día) se asocia con disminución de la presión arterial y la frecuencia cardíaca, protegiendo tu corazón.
No hacer nada, por tanto, sí hace mucho por ti. Y no hay que confundir el 'dolce far niente' con «ser poco ambicioso» o «no tener metas». Al contrario, estas pausas conscientes potencian tu claridad mental y tu creatividad para perseguir luego tus objetivos con más energía. «Un cerebro descansado aprende mejor, resuelve problemas con más facilidad y afronta los retos con mejor talante. Se trata de darle al modo descanso la importancia que merece, igual que valoramos el ejercicio o la alimentación saludable», recuerda Beatriz Gil Bóveda.
Cómo practicar el darse cuidados a uno mismo
Incorporar el 'dolce far niente' en tu rutina no significa tumbarse horas sin hacer nada (¡quién pudiera!); son más bien pequeños rituales cotidianos que te permiten desconectar unos minutos del piloto automático y ser consciente de lo que te hace bien y feliz. Más allá del ocio de fin de semana, hay muchas formas sencillas de saborear diariamente este placer. Estas son algunas ideas para empezar:
- El rincón del «dolce far niente»: al llegar a casa después del trabajo, dedica 10-15 minutos a desconectar totalmente. Apaga o silencia el móvil. Siéntate en tu rincón favorito (en el sofá, en un sillón cómodo) y simplemente respira. Puedes tomar una taza de té o café lentamente, saboreando cada sorbo. Deja que tu mente vague sin rumbo fijo. Este hábito, por simple que parezca, señala a tu cerebro que es hora de bajar revoluciones.
- Paseo sin prisa ni destino: salir a caminar por el puro gusto de hacerlo, sin meta concreta ni reloj. Puede ser dar una vuelta a la manzana, pasear por un parque cercano o recorrer esas calles tranquilas de tu barrio. Observa el entorno: el cielo, la arquitectura, la gente pasando. Siente el ritmo de tus pasos. Un paseo corto y sin objetivo es un excelente ejercicio de mindfulness natural, te ancla al presente y despeja la mente.
- Música o lectura por placer: reserva un momento para sumergirte en algo que te guste, sin buscar ser productivo. Pon esa canción que te relaja (y simplemente escucha, sin hacer nada más) o hojea un libro en el sofá solo por disfrutar la lectura, sin preocuparte por cuánto avanzas. Deja que la música o las palabras te lleven; disfruta. Incluso cinco minutos de una melodía tranquila con los ojos cerrados pueden recargarte de paz.
- Mirar al techo (o por la ventana): sí, tal cual. Acuéstate un rato y fija la vista en el techo, o siéntate junto a la ventana a contemplar el cielo, las nubes, la vida afuera. Es un ejercicio casi meditativo. Al principio tu mente querrá correr a la próxima tarea; no pasa nada, déjala divagar. Con práctica, aprenderás a encontrar agradable este silencio. Estas mini-meditaciones informales calman el diálogo interno y te reconectan contigo mismo.
- Desconexión digital programada: haz un pacto contigo: establece al menos una franja horaria libre de pantallas cada día (por ejemplo, durante la cena o la hora antes de dormir). En ese rato, en lugar de móvil o tele, practica el dolce far niente: date una ducha relajante sin pensar en el reloj, descansa de las pantallas. Alejarte de la sobreestimulación digital aunque sea un rato te permitirá respirar mentalmente.
Cada persona puede encontrar sus propios mini-rituales de dolce far niente. Lo importante es hacerles hueco en la agenda igual que a cualquier actividad. Al principio puede costar, porque estamos habituados a la inercia de la ocupación constante. Puede que te sientas inquieto o culpable esos primeros minutos de no hacer nada. Pero, como todo hábito, se entrena: gradualmente valorarás esos ratos y protegerás ese espacio sagrado de descanso.
No todo es trabajar
En un mundo que nos empuja a hacer cada vez más, reaprender a escuchar el cuerpo y la mente es un acto de amor propio. Significa decirse: «Merezco descansar y merezco estos momentos solo para mí».
Porque no todo es trabajar. También es salud aprender a parar un rato después de un día intenso. Disfrutar de una canción, leer en el sofá, pasear o simplemente cerrar los ojos y respirar. Eso también es bienestar. Eso también es vida.
Al respetar tus pausas, estás cuidando de tu salud mental y emocional de forma preventiva, antes de que el estrés pase factura. Recuerda que la verdadera riqueza está en saber saborear cada momento (incluso los lunes!).
La próxima vez que la vida te pida correr, atrévete a parar. Apaga el ruido por unos instantes y simplemente disfruta de no hacer nada. Verás cómo en esa calma, lejos de perder el tiempo, te encuentras a ti mismo. Porque a veces, el mayor progreso ocurre cuando nos detenemos. Disfruta sin culpa de tu tiempo libre para hacer lo que más te apetezca.
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